lunes, 11 de febrero de 2008

Sevilla - Barça (Liga, 9 de febrero de 2008)

Desde que tengo uso de razón, en casa hemos funcionado como una montaña rusa: durante ciertas épocas, todo iba bien y éramos felices, una familia unida; las más de las veces, sin embargo, pequeñas y no tan pequeñas rencillas contaminaban el ambiente de tal manera que nos resultaba imposible convivir en armonía. Y cuando en una familia no hay paz, ni entendimiento ni unidad, nada bueno augura el futuro.

Planteamiento: La llegada del novio de mi hermana

Hace no mucho tiempo que atravesamos una depresión brutal: no nos hablábamos o lo hacíamos con resquemor. Cada uno iba a la suya. En éstas, llego él: un tipo alegre, bien vestido, de conversación agradable y maneras afectuosas, siempre dispuesto a echarte una mano. El nuevo novio de mi hermana fue un soplo de aire puro para la familia. Los domingos eran diferentes, mucho más gratos. Mi madre recuperó la ilusión de cocinar la paella. Tomábamos postre y todo, y eso que en casa nunca nos ha gustado el dulce. Pero cómo decir no a esos deslumbrantes pasteles (siempre distintos, siempre deliciosos) que invariablemente traía nuestro nuevo invitado.

Fue una época muy próspera. Tras un par de años de felicidad casi completa, incluso nos fuimos de vacaciones juntos. Todos: mis padres, mi hermana, su novio y nosotros dos. Fue maravilloso. Una semana en París, el viaje que siempre habíamos soñado. Sin él (el aspirante a cuñado) no hubiéramos ido nunca. Se encargó de todo: los alojamientos, los vuelos, la ruta y los tickets para las visitas ineludibles. Nunca supimos por qué nos salió tan barato. En cualquier caso, fue gracias a él. Yo sabía que tenía pasta porque conducía un BMW deportivo y vivía en la parte alta, muy alta, de la ciudad.

Esa mirada

Para el último fin de semana del viaje, nos tenía reservada la más bonita de las sorpresas: una visita a Versailles, un pueblo precioso. La visión de los jardines, esa majestusosa extensión verde iluminada por el colorido de las miles de flores distintas allí reunidas, es un recuerdo que no se me olvidará en la vida. Disfrutamos a tope esos tres días. Estábamos en el paraíso, y yo quise inmortalizarlo. Reuní a toda la familia e hice una foto para el recuerdo. Nada podía ser mejor, aunque me pareció que mi cuñado, que ya era mi mejor amigo, estaba un poco ausente.

De vuelta a casa, revelé las fotografías y las subí al Flickr. En una de ellas, aparecía él: el más grande. Hace un montón de aquello, y desde entonces han ocurrido muchas cosas -todas malas- pero por entonces (aún) todo era perfecto. Por alguna razón, acompañé la fotografía de un comentario que expresaba un tímido reproche hacia nuestro guía y mentor: él nos había llevado hasta ahí, pero en el día más bonito vi alguna cosa rara en su comportamiento y en su mirada. Y lo escribí en ese comment. Mi hermana y todos los demás me censuraron, por supuesto. Con razón, pensé entonces. Me equivocaba. Se equivocaban ellos también.

Nudo: La metamorfosis

Después de aquel viaje inolvidable, el novio de mi hermana nunca volvió a ser el mismo. Seguía viniendo los domingos a casa, pero la atmósfera era diferente: ya no participaba tanto en las conversaciones, venía sin afeitar, con ojeras y dejó de hacer cariñitos a mi hermana. Yo me di cuenta enseguida, pero al parecer era el único que lo notaba. Se lo comenté a mi novia, que tiene vista de lince para estas cosas, y me contestó que eran imaginaciones mías. Que, como siempre, iba a contracorriente. Que hablaba por envidia o por llevar la contraria. Pero a mí ese no me engañaba...

Por fortuna, se habían unido algunos a la familia otros miembros que nos permitieron mantener el estado de euforia y optimismo: yo tenía predilección por el primo Andresín, que vino del pueblo a las 12 años y me cautivó desde el primer día; estaba Leo, que también vino de pequeñito, aunque de mucho más lejos, y al que iba a ver solo cada fin de semana cuando el resto de la familia ni sabía que existía; y hace poco se unió otro chiquito, aún más joven, que había crecido en el pueblo de Lleida donde nació nuestro tío-abuelo Josep Maria. Todos ellos contribuyeron, en menor o mayor medida, a hacer de nuestra familia un clan unido y feliz. O al menos eso parecía.

Sin embargo, yo estaba obsesionado con ese tío, el novio de hermana. Estaba jodiendo todo lo que contribuyó a construir, y allí nadie se daba cuenta o no quería verlo. Seguía trayendo los postres cuando venía a casa -cada vez más de tanto en cuanto- pero de aquellos deliciosos pasteles, ni rastro. Como mucho, alguna tarta de manzana preparada, de esas cutres. Había dejado de esforzarse lo más mínimo en agradar. Pero ni mi hermana, ni mis padres ni el resto de la familia le daban importancia a esa súbita transformación en su comportamiento.

Empezaron los desencuentros: en septiembre, nos prometió que nos conseguiría entradas para el gran premio de Mónaco pero a la hora de la verdad no cumplió y perdimos el dinero de los billetes de avión; en diciembre, dijo que le podríamos acompañar a Japón, donde tenía que cerrar un proyecto a escala internacional, pero luego nos contó que unos brasileños se le adelantaron y le levantaron el negocio.

Desenlace: La putrefacción

Hacía tiempo que allí olía a podrido. Las fiestas navideñas fueron pura fachada. Para entonces, yo no lo podía ni ver, y ya no disimulaba la repugnancia que me producía el tipo. Argumentaba mi malestar a quien me quisiera escuchar. Los pocos que lo hacían no daban crédito a mi desesperanza. Decían que no se podía dudar de él, que él nos había convertido en lo que éramos, una familia feliz. Por lo que a mí respectaba, hacía meses que se me había olvidado los tiempos felices de París.

De Navidad a verano no cambió nada. Cada domingo era un martirio para mí. Había clichado al tipejo desde hacía ya muchos meses y el tiempo me daba la razón día sí y día también. No podía soportar odiarle en secreto. Y encima, los demás le colmaban de elogios cada vez que traía una puta tarta de manzana precocinada. La gran mentira de las tartas de manzana: tan dulces como falsas. Pero claro, yo no podía hacer nada. Era un mindunguis. Visionario, pero mindunguis. Aun así, albergaba esperanzas de que mi hermana le diera boleto en verano.

Pero no lo hizo. La muy gilipollas no lo hizo y los tontos de mis padres la apoyaron en su decisión. Se creyeron sus falsas promesas. Que cambiaría, que volvería a ser el del principio. Hizo caso a sus amigas envidiosas, que le insistían en lo guapo y bueno que era, en la de novias que iban a cortejar en cuanto saliera de ella cualquier asomo de desdén hacia él. ¿Cómo lo iba a dejar escapar si todo el mundo lo quería?

¡Bah! Aquello era el final. Ya no había nada que hacer. La podredumbre empezó a alcanzar incluso a los recién llegados. A Eric, por ejemplo, uno de los últimos en unirse a la familia, que tan mono y orondo parecía cuando vino..., y ahora da asquito verle. E incluso, ¡horror!, a mis familiares favoritos: al pequeño Leo, que tan buenas migas hizo con el falso prestidigitador, y ya empieza a parecer una copia mala del niño travieso y genial que había sido hasta el momento; y a mi mayor debilidad, Andresín, al que vi triste y deprimido por los campos de Sevilla, hace sólo un par de días.

Todo está podrido. Ya nada puede ir a peor. No me consuela que ahora todos los de la familia me vengan y me digan al oído que yo tenía razón. Bueno, no me consuela, pero alimenta un poco (más) mi ego. Yo tenía razón. Claro que tenía razón. Yo casi siempre tengo razón en estas cosas. Aun así, hay algún imbécil en la familia que a estas alturas aún va diciendo que el tipo no puede ser tan nocivo, que ahí hay algo que no encaja. En fin, también mi madre me sorprendió 40 veces en mi habitación con la peste a porro y la pobre se hacía la sueca. El amor, el desamor.

Créditos: Transcripción para memos

Pues eso. No tenía ni putas ganas de hacer una crónica del Sevilla-Barça y en su lugar he escrito un cuento basado en hechos reales. Tampoco hubiera podido hacer un 1x1 tan riguroso como acostumbro, ya que me perdí parte de la primera mitad del partido porque estaba haciendo la crónica del DKV-Madrid. Y entre lo poco que vi, hubo cinco llegadas claras del Sevilla y tres pases malos de Iniesta. Entonces pensé: si la metástasis ha llegado hasta Iniesta y la medicación para la segunda parte es eso que hay en el banco (que es precisamente lo que provocó el cáncer), casi mejor me lo ahorro. Así que la segunda parte la escuché por la radio de camino a casa.

A mis inteligentes lectores no hará falta explicarles en qué personaje real está basada la figura del hermano de mi novia, ni quién representa que es mi familia, ni cuál fue ese viaje a París, ni dónde se encuentra esa "majestuosa extensión verde". Algunos personajes secundarios de la historia (Andresín, Leo, Eric, etc) aparecen con sus nombres reales, y otros de los objetos y circunstancias descritas son fáciles de identificar ("la gran mentira de las tartas de manzana", dulces pero falsas, son esos goles a balón parado con los que el protagonista logró engañar a unos muchos; esas experiencias frustradas en Mónaco y Japón corresponden a algunos de aquellos títulos tirados a la basura). Y el que necesite una transcripción más clara, es que no aún no se ha dado cuenta qué pasa en Can Barça y hacia dónde nos dirigimos. Nada grave, en cualquier caso. A peores cosas no hemos puesto remedio a tiempo la familia culé. Y así nos va.

Que nos sea leve en nuestro viaje por los tiempo oscuros que tienen que venir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay cojones a leerse el texto entero, neng.

Queco dijo...

Si escribiera sobre TV on the radio bien que te lo leerías...:)

Anónimo dijo...

Mestre!

Genial, m'ha agradat! I el millor de tot és que he arribat aqui de casualitat...

Quan et publiquin el llibre, em pagaràs alguna cosa en concepte de drets d'autor de les fotos del 'novio de tu hermana'?

Salut!

xlp.

Anónimo dijo...

Buenísimo...aunque tal vez sobra la explicación final.